Pequeñas figuras nacientes de las
mentes de diseñadores, surgidas de las manos de los escultores y sacadas a la
luz gracias a una política del mercado minoritario, no sabéis lo que me hacéis
sentir y jamás sabréis las horas que os dedico.
Sois una de las mejores cosas con
las que me he topado en mi vida. Ese niño con su aparato dental recién
estrenado no os esperaba para nada al llegar caminando por aquella acera. Pero
ahí estabais, impávidas ante mis ojos rapaces que os avizoraron. Desde que os
conocí en una transitada calle de Madrid allá por el año 97, no he dejado de
pensar en vosotras; primero como juguetes novedosos que mostrar orgulloso ante
los amigos, después como pasatiempo juvenil, y ahora como realización personal
acompasada por la inspiración.
Aún conservo la primera de
vosotras que llegó a mis manos, así como sus compañeros de caja, que siempre la
acompañarán en la estantería. Desde entonces habéis sido y seguís siendo ese
hondo silencio entre humedades de pintura y agua bajo las siete capas de azul
cielo. Sois el derrumbe desde mis ojos hacia mis manos y la íntima honda que se
anega sobre vosotros en la punta del pincel, porque entre vuestras capas de
pintura y luces un sueño no se olvida.
A veces sólo sois dinero, otras
lo sois todo. Os digo esto porque, aunque a veces os pinte y os venda, creedme
que quedan en mi mente las canciones que mi cerebro mascó mientras os iluminaba
con algún 1.0, las veces que pensé en mis cosas mientras os lavaba con tintas,
y os vitrificaba las armas con colores estridentes para que mis pensamientos
extraños y desagradables fluyeran como ríos que desembocan en el mar del
olvido.
Podréis pensar que todo lo que
está suficientemente visto no puede sorprender a nadie, pero os equivocáis mil
veces, puesto que cuando os miro en la vitrina sólo recuerdo en qué época
fuisteis compradas, qué me inspiró para pintaros y el orgullo silencioso que me
lleva a tomaros con mis manos y daros la vuelta queriendo recordar qué escondéis
detrás.
Con vosotras soy capaz de
transformar el tiempo en brisa que pasa corriendo sin que me dé cuenta, sois el
rostro carne, verde o azul que no piensa, sois la sonrisa petrificada en ese
instante último en el que doy la última pincelada. Sois un emperador paleólogo,
sois Harald Hardrada, Niccolò da Tolentino, Cornelio Escipión y Antíoco III
Megas. Pero también un guardia varingiano, un catafracto, un vikingo y cientos
de soldados desconocidos para la historia y las mil aventuras que se pueden reproducir
con vosotras.
Representáis la blandura de un
paisaje de cientos de suspiros y colores por el que andar no cuesta, aunque ese
mar se altere, si se respira despacio, con vosotras una tristeza no sirve de
nada.
Puede que quizás os creáis
abandonados como propósitos de un anteayer distante, pero os volvéis a
equivocar. No dejáis de sorprenderme con vuestras formas imperiosas y
graciosas. Sois en realidad enormes para mí.
Sois los testigos mudos de mi
tranquilidad al sentarme durante horas para daros vida de mil colores. Sois
ignorantes de la felicidad que sale de mi esternón tras los pinceles como
grandes batutas que dictan el tempo de mi canción preferida mientras os
convertís en pasto de vitrinas. Mis manos inmensas os abarcarán hasta que
llegue mi tiempo y mis ojos no resistan más la permanencia de la vista fijada
sobre un pequeño punto. Sois el tiempo de la suavidad. La insistencia y la
permanencia. Sois y seréis por siempre, en definitiva, mi tiempo.
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