domingo, 16 de noviembre de 2014

Oda a las pequeñas formas de plástico y plomo

Oda a las pequeñas formas de plástico y plomo

Pequeñas figuras nacientes de las mentes de diseñadores, surgidas de las manos de los escultores y sacadas a la luz gracias a una política del mercado minoritario, no sabéis lo que me hacéis sentir y jamás sabréis las horas que os dedico.

Sois una de las mejores cosas con las que me he topado en mi vida. Ese niño con su aparato dental recién estrenado no os esperaba para nada al llegar caminando por aquella acera. Pero ahí estabais, impávidas ante mis ojos rapaces que os avizoraron. Desde que os conocí en una transitada calle de Madrid allá por el año 97, no he dejado de pensar en vosotras; primero como juguetes novedosos que mostrar orgulloso ante los amigos, después como pasatiempo juvenil, y ahora como realización personal acompasada por la inspiración.

Aún conservo la primera de vosotras que llegó a mis manos, así como sus compañeros de caja, que siempre la acompañarán en la estantería. Desde entonces habéis sido y seguís siendo ese hondo silencio entre humedades de pintura y agua bajo las siete capas de azul cielo. Sois el derrumbe desde mis ojos hacia mis manos y la íntima honda que se anega sobre vosotros en la punta del pincel, porque entre vuestras capas de pintura y luces un sueño no se olvida.

A veces sólo sois dinero, otras lo sois todo. Os digo esto porque, aunque a veces os pinte y os venda, creedme que quedan en mi mente las canciones que mi cerebro mascó mientras os iluminaba con algún 1.0, las veces que pensé en mis cosas mientras os lavaba con tintas, y os vitrificaba las armas con colores estridentes para que mis pensamientos extraños y desagradables fluyeran como ríos que desembocan en el mar del olvido.

Podréis pensar que todo lo que está suficientemente visto no puede sorprender a nadie, pero os equivocáis mil veces, puesto que cuando os miro en la vitrina sólo recuerdo en qué época fuisteis compradas, qué me inspiró para pintaros y el orgullo silencioso que me lleva a tomaros con mis manos y daros la vuelta queriendo recordar qué escondéis detrás.

Con vosotras soy capaz de transformar el tiempo en brisa que pasa corriendo sin que me dé cuenta, sois el rostro carne, verde o azul que no piensa, sois la sonrisa petrificada en ese instante último en el que doy la última pincelada. Sois un emperador paleólogo, sois Harald Hardrada, Niccolò da Tolentino, Cornelio Escipión y Antíoco III Megas. Pero también un guardia varingiano, un catafracto, un vikingo y cientos de soldados desconocidos para la historia y las mil aventuras que se pueden reproducir con vosotras.

Representáis la blandura de un paisaje de cientos de suspiros y colores por el que andar no cuesta, aunque ese mar se altere, si se respira despacio, con vosotras una tristeza no sirve de nada.
Puede que quizás os creáis abandonados como propósitos de un anteayer distante, pero os volvéis a equivocar. No dejáis de sorprenderme con vuestras formas imperiosas y graciosas. Sois en realidad enormes para mí.


Sois los testigos mudos de mi tranquilidad al sentarme durante horas para daros vida de mil colores. Sois ignorantes de la felicidad que sale de mi esternón tras los pinceles como grandes batutas que dictan el tempo de mi canción preferida mientras os convertís en pasto de vitrinas. Mis manos inmensas os abarcarán hasta que llegue mi tiempo y mis ojos no resistan más la permanencia de la vista fijada sobre un pequeño punto. Sois el tiempo de la suavidad. La insistencia y la permanencia. Sois y seréis por siempre, en definitiva, mi tiempo.

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